En camino hacia la…Felicidad

Por María Belén Sánchez, fsp

Estimado lector,

2013 mayo felicidadAl hablar de la felicidad no pretendo exponer grandiosidades, ni tampoco dar soluciones simplistas a un asunto de tanta trascendencia.

Por mucho tiempo he pensado y pensado qué podría ser lo más importante para comentar, lo mejor para recoger en un libro, lo que nos ayudaría mutuamente a ser felices desde una experiencia compartida.

Y pensando, pensando fui buscando semejanzas, comparaciones, diferencias y contraposiciones. Inventé alegorías y parábolas, escribí historietas sencillas, a veces casi infantiles, que pudieran dar alguna claridad al tema, que sirvieran de guía a la reflexión, o bien que hicieran alguna resonancia en las vivencias humanas.

Ojalá que nuestras ideas, unidas, logren encender una chispa que sigua propagándose y que vaya prendiendo incendios en nuestro mundo tan atormentado y tan hambriento de amor y de felicidad.

La Felicidad es para todos. No importa la edad, el nivel social, la denominación política o el status. Todos tienen posibilidad de llegar a ser felices.

¿Eres feliz? Le pregunté a una rosa.
Ella me miró y preguntó a su vez: ¿Qué es felicidad?
No supe contestarle.
La rosa entonces desplegó su corola,
y en un suspiro de perfume, dejó escapar de su ser.

 ¿Eres feliz? Le pregunté a un gorrión.
Él me miró y pregunto a su vez: ¿qué es felicidad?
Felicidad es tener algo para dar a los demás.
El gorrión entonces prorrumpió a cantar,
abrió sus alas y emprendió el vuelo.

 ¿Qué es felicidad? Es tener algo en el alma para dar.
Es haber comprendido que la vida es bella.
Es subir y elevarse por encima de los occidentes.
Es llevar pureza y sinceridad en el corazón.

 Es tener un anhelo.
Es comprender que la muerte es para algo mejor.
Es saber perdonar y saber pedir perdón.
Es comprometer la vida con el Dios de la Vida para dar más vida.

 LA PUERTA DE LA FELICIDAD

Una vez imaginé la vida como una larga calle, estrecha, sombría y monótona… un tanto oscura y casi silenciosa; muy parecida a un túnel interminable, con la única diferencia de que en la calle siempre es posible alzar la vista y contemplar arriba un jirón de ese cielo azul que se nos da como esperanza.

En esa calle nos dejan y por ella tenemos que transitar durante nuestra vida. Por ella tenemos que avanzar y avanzar hasta el final.

Los muros de la calle son altos, grises, sin atractivo. Puertas cerradas, ventanas cerradas; de vez en cuando abre su boca un callejón tenebroso, más oscuro aún que la calle y acaso sin salida. Por esos callejones se han perdido muchos que buscan una salida fácil o una felicidad engañosa.

Pero déjame decirte que ir por esa calle no es una fatalidad inevitable. Se puede buscar una salida, porque sí la hay, sólo se necesita buscarla con mucho deseo de encontrarla. Es la puerta de la felicidad.

Pero, ¿dónde se encuentra exactamente? ¿A qué altura de nuestra calle? ¿Quién puede darnos unas señas exactas?

Nadie. Cada uno tiene que buscar por sí mismo, saber reconocerla y encontrarla. Es una puerta grande, poco vistosa, sin cerrojos ni candados, sin rejas ni cadenas. Siempre entreabierta, invitante, dando paso a todo el que quiera trasponer sus umbrales.

En lo más alto de sus dinteles ostenta un letrero, poco visible por falta de luz y por la altura. Muy pocos lo miran, ya por el lugar en que se encuentra o porque los que pasan por la calle casi no saben alzar la vista, ni comprenden ese lenguaje.

(Del libro: Invitación a la felicidad, María Belén Sánchez, fsp. Ed. Publicaciones Paulinas, S.A. de C.V. México, D.F.)

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